¿En qué me afecta la Resurrección de Jesús?
Por: Sor Leslie Coromoto Bártoli
Tiempo de lectura: 2 minutos

 En el Evangelio que se propone en la Liturgia del Domingo de Resurrección (Ciclo A), nos dice Lucas 20,1-9 que “…fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr…” Y si nos dirigimos a la hermosa secuencia pascual “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada. Los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!"


¡En el fluir de los acontecimientos hemos descubierto un centro, un punto de apoyo! ¡Cristo ha resucitado! ¡Existe una sola verdad! ¡Cristo ha resucitado! ¡Una sola verdad dirigida a todos! ¡Cristo ha resucitado!


Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado…, entonces todo el mundo se habría vuelto absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén ¿Qué es la verdad?


Si el Dios – Hombre no hubiera resucitado…, todas las cosas más preciosas se hubieran vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable.


Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado…, el puente entre el cielo y la tierra se habría hundido para siempre. Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exultante de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «Levántate, amiga mía, hermosa mía y ven».

Cristo ha Resucitado y es hoy el mensaje central que debemos proclamar en alta voz, este acontecimiento hace surgir en cada una el gozo inenarrable de la presencia de Cristo glorioso no sólo en el seno de la Iglesia Universal sino en el corazón de cada creyente, más aún en el Corazón de cada mujer consagrada; es la sabia que recorre todo nuestro cuerpo físico y espiritual y nos hace desbordar de alegría.

Cada año vivimos este acontecimiento y muchas veces lo dejamos pasar pero realmente se renueva en cada Eucaristía y Jesús nuestro Salvador aún hoy nos sigue salvando y continúa resucitando en aquellos que lo acogemos en el hermano sobre todo en los más necesitados de redención.

Ahora también nosotras somos testigos de ese gran paso, por ello con gozo y paz, exultantes proclamamos de palabra y de obra: 
«Cristo ha resucitado verdaderamente ha resucitado».

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