¿“La Santísima Trinidad”? ¿Cuál “santa” es esa?
Por: Sor Ivannia Lucía López Gurdián
Tiempo de lectura: 4 minutos
Primero te cuento una anécdota:

Hace unos años, fui al supermercado a comprar unas cosas y al llegar a pagar, vi cómo la muchacha que me estaba atendiendo, se quedaba mirando fijamente la cruz que llevo en mi pecho, mientras pasaba los productos por el lector del código de barras. Al terminar, pagué la cuenta y ella, como quien ya no puede resistir más la curiosidad, me preguntó: “¿Qué es ese triángulo con un ojo que tiene en la cruz?” Y yo, como respondiendo algo que me parecía fácil de entender, le dije: “¡Es la Santísima Trinidad!” Y ella, asombrada, me contestó: “Y, ¿cuál santa es esa?” Me quedé impresionada y di la catequesis más rápida de mi vida: ¡Dios!...

Ya sobre “la Santísima Trinidad”, durante los siglos, se ha dicho mucho y a la vez poco, con palabras complejas haciendo más difícil el que ya de por sí es un misterio o con palabras sencillas –como la explicación que en la película de San José de Cupertino, él da al obispo, cuando la compara con un manto dividido en tres pliegues donde cada pliegue es distinto pero el manto es sólo uno–, pero entonces, ¿quién es “esa santa”?


En palabras concretas, la Santísima Trinidad es Dios mismo, es el misterio profundo que se resume en un solo Dios que es, en personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Surge ahora la pregunta, si esta celebración es “la fiesta de Dios”, ¿en qué nos afecta a nosotros?

El obispo español, Monseñor Demetrio Fernández, en el 2012, citando a Santo Tomás de Aquino, gran teólogo del siglo XIII, dijo: “¿Para qué se nos ha revelado el misterio de la Santísima Trinidad? Para que lo disfrutemos.”

Y, ¿qué vamos a “disfrutar”? El misterio de un Dios que en I Juan 4, 8 se nos ha revelado con su nombre: ¡Dios es amor! El amor es lo que disfrutamos en esta Solemnidad, ¡el amor de un Padre que por su Espíritu Santo nos ha amado en el Hijo haciéndonos hijos suyos!



Así, si la Santísima Trinidad no es una “santa” cualquiera, sino el Amor en tres personas distintas, esta fiesta nos ha de llevar a quedarnos no en el misterio inaccesible sino en la admiración infinita a eso que Él mismo nos ha revelado: el Padre ama, el Hijo es el amado y por ende, nosotros en Él y el Espíritu es quien nos hace experimentar esa fuerza que nos lleva a que aquello que hemos recibido podamos darlo a los demás.

Volviendo a lo que viví en el supermercado, no se trata sólo de llevar en el pecho una cruz o de saber mucha teología a la hora de explicar qué es el triángulo con el “ojo que todo lo ve”, sino de sabernos amados por ese Dios Padre que mirándonos nos ama, amándonos ve a su Hijo en nosotros y gracias a su Espíritu podemos mirar con sus ojos y amar con su corazón.


La diversidad hace que el amor fluya, al ser distinta cada persona de la Trinidad, el amor puede darse y recibirse, esa es la experiencia a la que me siento invitada también en esta fiesta del amor: a amar a otros no por ser iguales, sino distintos, unidos en la diversidad por el amor que es Dios mismo. ¡La Trinidad es comunión! Y así, en el Hijo, por el Espíritu y gracias al Padre, ¡yo soy capaz de amar con su mismo amor!

¡Esa es la novedad de esta gran fiesta!

Para terminar, reflexionemos a partir de la lectura:

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"Dios es Amor y quiere amor; sí, amor de parte de sus criaturas formadas por Él por amor, para amarlo a Él. [...]
Yo, pequeña criatura, la nada por esencia, yo puedo amar a mi Dios, debo amar a mi Dios. Él no sólo me lo permite sino que me lo manda."

Venerable Madre Margarita Diomira Crispi,
10 de junio de 1954

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