Ver
Todo ser humano está llamado a la felicidad, a encontrar la razón de ser en la relación con los otros, en un su apertura a la trascendencia. Le sucede, como a San Agustín, cuando al encontrarse con Dios expresa:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo”.
Desde la espiritualidad ignaciana el ser humano hace la voluntad de Dios, cuando le da a Dios su Mayor Gloria, para ello es necesario ordenar la propia afectividad en la toma de decisiones.
Interiorizar
Pero… ¿qué son los afectos y por qué es importante ordenarlos?
Son la «facultad volitiva, una parte o potencia del alma humana sede de la afectividad y de las pasiones, también lugar de la decisión libre y de la práctica de la virtud».
San Ignacio nos dice que «Por afecto no se debe entender la sensibilidad exterior, antes bien la interioridad profunda del yo humano, que se encuentra más allá de la voluntad y del intelecto, a un nivel de profundidad análogo a aquél del corazón entendido en el sentido bíblico […]…» ,
O más sencillo: es el lugar donde la persona se decide por Dios.
San Ignacio desde el primer número de los Ejercicios Espirituales expresa que para buscar la voluntad de Dios se debe quitar de sí todo afecto desordenado.
Si quieres discernir la voluntad de Dios estás invitado a la «erradicación de las afecciones que lo atan desordenadamente a lo “visible”, de lo contrario carece de la libertad necesaria para enfrentarse a una elección radical» . Entendiendo visible como aquello que da gusto, satisfacción inmediata, no necesariamente algo malo.
Existen dos actitudes necesarias para buscar la Mayor gloria de Dios y su mayor servicio:
- La indiferencia
- El deseo o tensión en dirección al magis
La indiferencia en este contexto es la «libertad de corazón de las afecciones desordenadas», es una condición imprescindible para realizar una buena elección, porque… ¡no se puede hacer la voluntad de Dios si antes no has purificado tus afectos!
Se trata, por ejemplo, si ante alguna elección que se debe hacer en la vida, cuando me dispongo a discernir si lo que voy a hacer es lo que Dios quiere de mi o no quiere de mí, al momento de plantearme tal pregunta, yo ya me siento inclinado por una u otra decisión. En este caso debo revisar si de verdad estoy discerniendo verdaderamente.
El deseo o anhelo en dirección al magis, aparece en íntima relación con la indiferencia.
Sin un auténtico grado de indiferencia no se puede alcanzar el magis, es decir tampoco se puede actuar en libertad ni buscar la mayor Gloria de Dios. Antes de llegar a la indiferencia se requiere ser libre y ordenado en los afectos.
Se puede decir que la indiferencia es la clave para ordenar la vida, ésta no se logra ni con la inteligencia, ni con la voluntad, pero sí con la afectividad. La indiferencia lleva a la libertad por amor. La indiferencia se alcanza con el amor unido a la purificación de los afectos.
Practicar
En conclusión, la solución ignaciana a la afección desordenada no será principalmente la de disciplinar los movimientos sensitivos y afectivos, sino más bien de integrar y ordenar a la persona para que pueda en todo amar y servir a su Creador [EE. 233] pues el ideal ignaciano de creyente supone una afectividad integrada y ordenada en todo, un afecto inclinado, una implicación afectiva libre en la contemplación creyente de las cosas.
Por eso al tomar decisiones es necesario ser consciente que no se trata solo de ser bueno sino de darle la Mayor Gloria a Dios.